lunes, 16 de septiembre de 2013

SERENATA PARA LA QUINUA

Fecha:  lunes, septiembre 16, 2013

MAGIA Y REALIDADES DE LOS ANDES                          POR ALFONSINA BARRIONUEVO
En los Andes centrales del país los agricultores  cantan y bailan a la quinua (Chenopodium quinoa) en setiembre. Ellos se mueven como sombras cuando arranca un cohete en único disparo. La noche sembrada de estrellas propicia la serenata,  se hace confidente de la quena y la tinya, y parpadea desde el surco tras el primer corte de las mieses, cuando los pies del cortador bordan encajes sobre los tallos heridos. Después la voz dibuja ternuras en el campo, donde las panojas de la quinua se yerguen con millares de granos, como si escucharan.
● “En Tunso, Concepción, y en San Juan de Iscos, Chupaca, existen algunas canciones dedicadas a la quinua”,  declara el escritor Simeón Orellana, doctor Honoris Causa de la Universidad Nacional del Centro, quien tiene también documentados trajes nativos que se usan todavía en villorios poco transitados de esa región.
● La quinua aprendió a vivir con los agricultores de las partes bajas del lago “Titiqaqa” y fue amada por ellos hace miles de años, dejando de ser áspera y espinosa como sus parientes. Una leyenda aimara dice que fue un regalo astral que llenó los campos de estrellas y arco iris luminosos. Con tres mil variedades o genotipos, es innegable que su hábitat originario fue el altiplano, a 3,800 metros sobre el nivel del mar, aunque ahora se cultive  en altitudes menores.

● No deja de ser curioso que en tierra wanka, particularmente en Chahuac,  Chupaca, se conserven canciones, bailes y música como cariñosa ofrenda. Igualmente, en Cusco y Ancash hay rezagos —por investigar— de expresiones dedicadas a la quinua, que son puro sentimiento.
● En el siglo XVI, a la vez que se dio la dominación española sobre los antiguos peruanos, también se sometió a las especies animales y vegetales. ●Así el arroz, el trigo y la cebada pasaron a enseñorearse en las mejores tierras, y si bien la papa nativa —Aqsomama oMadre Papa— logró conquistar las mesas europeas, tuvo que librar mil batallas para ser aceptada. Aunque por —cruel paradoja— no siempre puede estar en la canasta familiar por su alto precio.
● A la quinua —casi vecina de chacra— no le fue mejor y estuvo a punto de perecer. Sobrevivió en una cuerda floja más allá de la segunda mitad del siglo pasado, manteniéndose como una refugiada en las comunidades más pobres de la Cordillera de los Andes. Su consumo interno se fue atomizando, pero se salvó gracias a la inusitada demanda externa de sus nutracéuticos granos. De pronto Bolivia, país con el cual la compartimos —igual que Ecuador Argentina, Chile, Ecuador y Colombia, por donde se extendió el Tawantinsuyu— inició su exportación. Así terminó el destierro de la quinua en las punas.
● “Actualmente se trabaja su aclimatación a nivel del mar”, comenta la ingeniera Elsa Varallanos, del Instituto Nacional de Innovación Agraria (INIA), para luego añadir: “En el Perú las quinuas blancas, morenas, negras o púrpuras se posicionan cuando se logra el mejoramiento genético en forma de variedades comerciales. Lo estamos haciendo con la blanca “Salcedo”, la blanca “Junín”, la “Pasankalla” de color vino,  que es dulce por su bajo contenido de saponina, y la negra “Qollana”, igualmente dulce, las dos de Puno, y la amarilla “Sakaka”, medio anaranjada.”
● En el presente Año Internacional de la Quinua hay que revalorar su importancia agronómica, nutricional y socioeconómica. El “Grano de Oro de los Inkas”, llamado así porque el visionario Pachakuti intensificó su expansión, merece alcanzar otra clasificación y que se le deje de calificar como “pseudo cereal”, frente a la avena,  el arroz, la cebada, el centeno, el trigo, el sorgo o el sésamo o anís. Ninguno es tan completo como ella.
● Las numerosas variedades que hay en los Andes peruanos —dicen los técnicos de la FAO— son una reserva para el futuro de la Humanidad. La falta de agua que se avecina con los cambios climáticos la hará invalorable para el planeta. En vista de esta amenaza se experimenta últimamente su cultivo en Europa (Francia e Italia), Asia y África.
● Habiendo sido criada en la soledad de los páramos andinos, soportando condiciones extremas, sus características son increíblemente gloriosas. Pues las plantas enfrentan los vientos y la sequedad creando microclimas, almacenan hasta la última gota de lluvias mínimas, resisten a las heladas encapsulando su floración y aprovechan los minerales de los suelos áridos en su beneficio.
● El diminuto grano de la kinuwa, confundido por los cronistas íberos con el poco apreciado “bledo” de su campiña,  tiene la potencia de un gigante. Sus proteínas, aminoácidos esenciales y vitaminas refuerzan la energía muscular, previenen los daños hepáticos, mantienen buenos niveles de azúcar y colesterol en la sangre, combaten  a los radicales libres, ayudan a reducir la anemia y la osteoporosis, incrementan el colágeno, colaboran en la disminución de la impotencia y la frigidez, e  interactúan contra problemas del sistema nervioso, como  la memoria,  el aprendizaje y la plasticidad neuronal, la depresión, la ansiedad y el estrés. Valores a los que se agregan significativamente minerales como potasio, manganeso, fósforo, zinc, cobre y litio.
● Sus plantas son hermafroditas, rabiosamente feministas, y se autopolinizan. Su tallo alcanza los tres metros de altura, sus hojas se parecen a una pata de ganso, de donde proviene su nombre científico, y sus panojas de flores pequeñas sin pétalos, albergan constelaciones de semillas.
● En los siglos XVI y XVII los extirpadores de idolatrías la persiguieron como a grano herético, porque los sacerdotes inkas la usaban en sus ceremonias. En esos tiempos se la conocía con una voz qechwa casi olvidada: “Chisiyamama”, que significaba “Madre de las Semillas”. Los kallawayas, curanderos del altiplano,



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